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jueves, 10 de junio de 2010

¿QUE HACER PARA SER FELIZ ?


Absolutamente nada.
La felicidad es un hecho interior, nace de un comportamiento propicio.
No necesita acciones particulares, sino más bien la simple conciencia.
No hay que «hacer» nada especial para ser feliz, en todo caso es aconsejable «no hacer», lo que no significa renunciar a la acción, sino sobre todo observar y entender las fuerzas que entran en juego en las actuaciones de los humanos.
Si llegamos a entender cómo va el juego-y no podemos dejar de entenderlo, porque el mundo es uno para todos-, la acción oportuna se producirá sola, espontáneamente, y tendrá la fuerza que nace de la inteligencia de las cosas.
Como la madre que no necesita censurar el niño que llora, porque ha entendido el motivo de su llanto, el adulto que ha abierto los ojos no necesitará conquistar el mundo o protegerse, sino que sabrá contribuir, cultivando sus capacidades.

Buena parte de las inquietudes que hacen la vida difícil originan el interior de nosotros mismos, se trata de afrontarlas y entender el motivo.
También todo lo que pasa en la vida de relación se refleja dentro de nosotros mismos y se convierte en parte de nuestro interior: si estamos insatisfechos quizás habrá que cambiar algo del mundo (y en este caso nuestra intención tendrá que hacer valer frente a muchas otras intenciones), pero a veces bastará con cambiar algo dentro de nosotros (y aquí nuestra libertad de acción es virtualmente ilimitada, si somos capaces de dialogar con nosotros mismos).

«Todas las adversidad huyen de quien mantiene el sol en el corazón», dice un antiguo proverbio chino.
Nuestro poder de actuar sobre el mundo es por fuerza limitado: somos individuos y no es en modo oportuno que un individuo adquiera gran poder sobre los demás y sobre la propia naturaleza.
En cambio, nuestra libertad interior no conoce otros límites que no sean impuestos por nosotros, o los que aceptamos que se nos impongan.
También esta libertad es una fuente muy poderosa: puede transformar el individuo, permitirle desarrollar todas sus capacidades y permitirle vivir am absoluta plenitud cada instante de su existencia. Cuando los individuos cambian, a medida que maduran, el mundo también cambia, ya que es hecho de individuos.

Una larga serie de transformaciones interiores y de momentos sucesivos de comprensión pueden llevar a una vida plena y feliz.
Es importante entender que fuera de nosotros mismos no hay obstáculos insuperables. «En este cuerpo de ocho palmos de altura», enseñaba Buda, «está el mundo recluido, la resolución del mundo y el camino que lleva a la resolución del mundo».
También es importante entender que de la vida, los demás, nos puede llegar ayuda de muchas maneras, si lo sabemos ver y entender.
La felicidad se puede comunicar, como ocurre entre niños y adultos o cuando uno se enamora.

Que nadie se desanime.
Los puntos de vista son infinitos, y en muchas circunstancias es suficiente con modificar ligeramente el propio para resolver algunas dificultades.
Mirando con unos ojos un poco diferentes, a menudo se puede captar algo importante que se nos había escapado.
Siempre se puede volver a intentar, mientras se es vivo.

Como decía Heráclito, el sol es nuevo cada día.

domingo, 6 de junio de 2010

RELIGION Y RELIGIOSIDAD


Es importante distinguir entre religión (organizada) y religiosidad, tanto si ésta es espontánea como si va encaminada a la formación de santos, videntes, profetas o divinidades.
El sentimiento que todo es sagrado, que una inteligencia única anima todo lo que existe, que por la vida corre un canto, una celebración universal, es también muy difundido fuera de los límites de las religiones y alimenta experiencias ajenas a cualquier estructura eclesiástica .
Hay personas profundamente religiosas que afirman que se comunican con Dios, pero eso también le pasa a quien no es devoto de una iglesia.
Las religiones organizadas, con sus indiscutibles postulados de fe, ponen a menudo grandes impedimentos en el camino del conocimiento, en el camino de quien se dedica a una búsqueda espiritual.El gran problema es que normalmente cada religión pretende ser la única que tiene la verdad suprema y combate sin tregua descreídos y infieles, renegando si es necesario de todos sus principios más sagrados.
Esto es más comprensible cuando se trata de cultos que alaban diferentes divinidades, ya que podemos creer que compiten entre sí.
Pero es sorprendente que se dé el caso en religiones reveladas por un mismo Dios. Judíos, cristianos y musulmanes («los pueblos del Libro», es decir la Biblia, como los llama el Corán) han luchado entre ellos han perseguido recíprocamente y con ferocidad extrema a lo largo de los tiempos.
El Corán describe con fuerza esta rivalidad en la que vincula los musulmanes de la misma manera que sus predecesores. Los judíos dicen: «Los cristianos se equivocan», y los cristianos dicen: «Los judíos se equivocan», y sin embargo ambos leen el Libro. [...] Dicen: «Hágase judíos, o bien, crea cristianos y descubra el camino correcto." Vosotros responda: «No. Nosotros seguimos el camino de Abraham el justo, que no era idólatra. "[...] Si llegasen a creer como vosotros, encontrarían el camino correcto, mientras que si se apartan, se separarán. [...] Dios lo siente todo y lo sabe todo. Un solo Dios para muchas religiones, que ni siquiera aceptan recíprocamente. ¿Qué conclusión se puede sacar? Que hay alguien que enreda? Es difícil de decir. Por mucho que la voluntad divina sea inescrutable, no es fácil imaginar un Dios que enfrenta entre sí las únicas personas que le prestan atención

jueves, 3 de junio de 2010

MATERIA OSCURA - MATERIA MISTERIOSA


Es curioso, pero es así: los hombres quedamos satisfechos cuando nos explican una cosa que no entendemos en términos que todavía entendemos menos; cuando nos «aclaran» un concepto con una terminología o locución que todavía nos resulta más enigmática y complicada.

—¿Que no entiende cómo va el mundo, usted? ¿Pero no ve que se trata de un proceso estocástico de entropía difusa?

—¡Ah! Debe ser eso.

No, no es ninguna broma. Véase si no cómo explican las revistas y los periódicos el descubrimiento sobre el origen y la composición del Universo realizado gracias al telescopio de Wilkinson: «Sólo el 4% del Universo está formado por materia ordinaria, como la de los astros y los seres vivos. El resto se divide en un 23% de una materia oscura que los científicos no han conseguido desenmascarar y un 73% de materia misteriosa que saben que existe pero que no saben qué es. Ésta es la composición que explica el origen y el destino del Universo». O sea, que todo queda claro si entendemos este mundo como la suma de una materia oscura que no vemos, más una materia misteriosa que desconocemos. ¡Válgame Dios!

Fórmulas matemáticas, latinajos, materias «oscuras» o «misteriosas», términos abstrusos y crípticos —ergonomía, semántica, estereometría— que no sirven tanto para explicar los fenómenos como para neutralizar su efecto inquietante; para eliminar la angustia que nos produce cualquier cosa que no esté controlada, cualquier fenómeno no socializado por el verbo. Y es así como nos quedamos satisfechos: sustituyendo una realidad que no entendemos por una palabra que entendemos menos aún, pero que la saca del dominio inquietante de lo sin nombre, transformando lo que es extraordinario en ordinario: elmisterium tremendum en duendecillo doméstico —o académico—. Ya Aristófanes se reía de esos filósofos que pretendían sustituir a Dios por «estos átomos y remolinos tan misteriosos e inexplicables como Dios mismo».

Pero las necesidades de nuestro curioso metabolismo intelectual no se detienen aquí. También lo que conocemos —y esto es todavía más sorprendente—, también eso tendemos a explicarlo mediante un misterio o una quimera. Un reflejo incontenible nos impulsa a definir lo que está claro en términos de lo que está oscuro; a darnos por satisfechos sólo cuando podemos asignar a lo que conocemos un término o un concepto que no entendemos ni podremos entender nunca: Dios, el Inconsciente, el Destino, el Espíritu...

Ahora bien, esta persistencia en explicar los procesos evidentes mediante sustancias ocultas no puede ser un fenómeno casual, una vocación gratuita de nuestra mente. Debemos preguntarnos, pues, cuál es el beneficio o la satisfacción que nos procuran. Y yo creo que gracias a ello conseguimos hacernos un marco o zócalo para instalar el parpadeo frágil y débil de las evidencias sensibles. Es sobre este zócalo que podemos construir la ilusión de un saber que ya no bascula, vago y tambaleante, en la misma cresta de los acontecimientos, sino que se asienta sobre su presunta comprensión...

No es agradable ser consciente de que lo último que podremos llegar a saber será siempre lo penúltimo; que cada nuevo saber es la puerta que da acceso a un nuevo misterio. Es por eso que agradecemos tanto cualquier simplificación que parezca ofrecernos una visión más reducida y acabada de las cosas, aunque sea una palabra o adjetivo que no acabemos de entender. Y de aquí también nuestra afición por lo que es simple y abarcable, incluso en nuestra apreciación del arte. ¿O es que no nos sentimos agradecidos a los autores que nos permiten colonizar un territorio azaroso de nuestra experiencia, que a partir de ellos ya podremos denominar «wagneriano», «impresionista» o «kafkiano»? No sabremos quizás lo que esas cosas significan —pero al menos tenemos para ellas un nombre donde agarrarnos—.