La paradoja de la subjetividad: para conocer, el sentimiento también es necesario
Podemos creer que nuestra mente y nuestro cuerpo actúan por separado, pero esta es solo una falsa imagen o percepción
No podemos conocer la realidad solo desde el pensamiento. Para ello, precisamos también de la subjetividad, que completa al conocimiento. En definitiva, el conocimiento de la realidad no es sólo un conocimiento mental, sino también no mental. Esa otra forma de conocimiento es difícilmente traducible en palabras, pero está constantemente con nosotros. Por Sinesio Madrona.
Este texto sobre la unidad del pensar y sentir dará a mis artículos anteriores [1], la profundidad que, quizá por sí solos, no alcanzan. Con la unidad del sentir-pensar hablo de la unidad del cerebro y la unidad de sus manifestaciones opuestas. La unidad de los contrarios es en el fondo, el tema subyacente a todos los artículos mencionados.
Los contrarios a los que me refiero son tanto los mentales entre sí, como los emocionales entre sí (la conocida dialéctica amor-odio freudiana, por ejemplo). Más allá aún, a la unidad de contrarios como el sentir y el pensar en la totalidad del ser. Y todavía más allá, a la unidad de la materia y la información como muestro en uno de mis artículos.
Esta unidad empecé a concebirla, en la década de mis años veinte. Tardé, no obstante, unos cinco lustros en tener la experiencia que me hizo escribir el artículo presente. Sobre el tema de esta experiencia y sus consecuencias para el conocimiento hablaré en más adelante.
Ahora me voy a limitar a poco más que reproducir el artículo sobre la unidad del pensar y el sentir que escribí en aquella ocasión. Este texto está publicado en gestaltnet.net. Aquí lo reproduzco casi sin tocarlo. Sólo lo he adaptado al estilo de Tendencias21 y hecho algunas correcciones, enlaces y añadidos menores.
Tengo, no obstante, que decir, antes de empezar, que la unidad de los opuestos no es un asunto puramente conceptual; en él interviene todo el ser a través de la unidad cuerpo-mente, sentimiento-pensamiento. Es, por lo tanto, una experiencia mental-emocional, una experiencia total. Sólo así se puede entender plenamente la extensión que alcanza la unidad de los opuestos.
Subjetividad para completar el conocimiento
A diferencia de las disciplinas de otras ciencias o estudios sobre la realidad, la psicología implica, para tener pleno acceso a la capacitación teórica que nos proporciona, un proceso de conocimiento personal del propio ser y estar en el mundo.
Un proceso, al cabo, de desarrollo de la conciencia. Sin él no se puede verdaderamente entrar con profundidad en el conocimiento de la materia que se estudia. El que este conocimiento sea, denostado por muchos, como subjetivo, sólo nos indica, paradójicamente, su pertinencia para completar el conocimiento que sobre la realidad tenemos.
Como psicólogo tengo que hablarles de la unidad del sentir-pensar, cuerpo-mente o lo que, según los neurólogos, la unidad de respuesta conjunta del hemisferio izquierdo y derecho del cerebro o de las vías inferior y superior. Desde la perspectiva de la psicología, estas cuestiones, aunque importantes para una visión global del ser, son secundarias para entender esa unidad desde la propia conciencia.
Así pues, más allá de la demostrada unidad cerebro-mente de la que habla el neurólogo Francisco Rubia, estaría la unidad de respuesta conjunta sentimiento-pensamiento (o cuerpo-mente) del ser humano total, seamos o no conscientes de ella. Es decir, podemos creer que nuestra mente y nuestro cuerpo actúan por separado (como nos dicta la cultura en la que estamos inmersos), pero eso sólo es una falsa imagen-percepción de lo que somos como unidad.
Antonio Damasio (2003) tiene mucho que decirnos sobre “...los sentimientos en tanto que acontecimientos mentales en la mente consciente” (pág. 171). No obstante creo que aquí planteo otra mirada a la cuestión. Más parecida, quizá, a lo que dice Zubiri, según Pedro Rubal: “Inteligimos sentientemente o, si se prefiere, sentimos intelectivamente, en una radical unidad con el sentimiento y la volición”.
La unidad de la dualidad es algo ya estudiado y expresado por muchos autores de distinto proceder. Desde la afirmación de Francisco Rubia de que el cerebro no funciona dualmente hasta las filosofías orientales de la no-dualidad. Desde la teoría UDO de Manuel Medina; la afirmación de Fox Keller (1985) de que hay otra forma de hacer ciencia que implica la unidad del sujeto-objeto; y hasta la de Kuhn (1962, 1972, 1982), que describe la subjetividad del científico en su, supuesta, actividad objetiva. La unidad sujeto-objeto es, por otra parte, tema fundamental en los tres sistemas espirituales orientales más influyentes: budismo, vedānta y taoísmo, según ha explicado David Loy, (1988).
Una tarea en gran medida vana
Tal como lo percibí en su momento, intentar describir racionalmente un ‘lugar’ que es a la vez sentimiento y pensamiento es una tarea en gran medida vana. En aquella ocasión, me limité a describir las cosas que podían ser entendidas racionalmente. No obstante la materia de la que se habla, la unidad del sentir-pensar, no es nada fácil de entender-experimentar si en su comprensión no hacemos partícipe de ella al cuerpo-sentimiento-sujeto.
Pero también los poetas intentan describir-provocar un sentimiento con las palabras, por lo que quizá no sea del todo imposible evocar ese ‘lugar’ mediante la propia lengua. Incluso sabiendo que la lengua delimita nuestras percepciones, que sólo vemos (sentimos, oímos...) lo que pensamos que podemos ver. Este ‘lugar-estado’ al que me refiero en la unidad del sentir-pensar es eterno e inmutable, sin ‘movimiento’. No es la ‘totalidad’ en el sentido de que la totalidad incluye también el movimiento, el cambio; pero los detalles de esta cuestión los dejaré para otro momento.
Sé que es algo difícil de experimentar y comprender en un mundo dedicado a la investigación y el saber puramente mental. Pero las investigaciones de la física cuántica apuntan a la necesidad de tomarse esta situación en serio. ¿Y qué más serio que explorar la cuestión desde el otro lado y no seguir empeñados en comprenderla solo desde la visión racionalista?
Puede que este empeño sea vano. Pero como decía Castilla del Pino (1971) en su día a los que denostaban el psicoanálisis, no se puede criticar una disciplina o un conocimiento desde fuera, sólo sumergiéndonos en él podremos conocerlo y sólo si lo conocemos-experimentamos verdaderamente podremos criticarlo. Afirmación que se puede encontrar también en la psicoterapia gestalt y en muchos textos espirituales de Oriente.
Así pues explicar –racionalmente–, como hago a continuación, la unidad pensar-sentir, es para muchos intentar lo imposible. Pero es una de esas cosas que sólo puede entenderse si añadimos a la consideración objetiva la experimentación subjetiva del sujeto. No obstante Jung (1933) nos habla de la naturaleza racional del sentimiento. Nos lo confirma asimismo Damasio (2003). Y podemos añadir, siguiendo a Francisco Rubia más allá de lo obvio y lo objetivo, que, a niveles profundos, la división entre pensamiento y sentimiento no existe en el cerebro.
Es difícil comprender esto sólo desde el lado izquierdo del cerebro. Pero siempre ha sido mi empeño llegar lo más cerca posible de una explicación plausible que abra la puerta a una experimentación plena de lo que afirmo en mis explicaciones. Es lo que se trabaja básicamente en la terapia gestalt: la experiencia fenomenológica de ‘lo que hay’. Sin argumentos que la empañen. En este sentido se parece extraordinariamente a muchas sentencias de la espiritualidad oriental.
La paradoja existencial
Es necesario volver a conectar la mente con el cuerpo y con el sentimiento, tan infravalorados y desconocidos en nuestra cultura. Y tan integrantes, inconscientemente, de nuestro pensamiento. El sentimiento nos hace decir muchas veces cosas que no querríamos decir. Haríamos bien, pues, en conocerlo mejor. En conocernos mejor.
No existe lo que llamamos un pensamiento objetivo (reductoramente objetivo). Por muy sutil que sea la interferencia del sentimiento siempre está ahí. Comprender profundamente esto no implica quitarle a la objetividad su papel constructor de la realidad. Al contrario supone, paradójicamente, ampliarlo. Lo objetivo es más objetivo si también es subjetivo, si incluimos al observador en la observación, como hace la mecánica cuántica.
Sólo si comprendemos la naturaleza de esta paradoja podremos contemplar una realidad más total y por lo tanto más objetiva; es decir, más real. Porque objetividad y subjetividad son, como toda polaridad, dos extremos de una dualidad cuya acción es sinérgica si se completa la unidad de su actuar.
La paradoja de esta situación nos lleva un poco más allá de la paradoja racional. Nos lleva a una paradoja existencial que involucra no sólo al pensamiento sino también al sentimiento y al cuerpo. Es decir, a la totalidad del ser.
A través de la experiencia de la unidad pensar-sentir se puede entender mejor la unidad materia-mente, pues la materia es, en este caso, el propio cuerpo, sus emociones y sus sensaciones.
Los contrarios a los que me refiero son tanto los mentales entre sí, como los emocionales entre sí (la conocida dialéctica amor-odio freudiana, por ejemplo). Más allá aún, a la unidad de contrarios como el sentir y el pensar en la totalidad del ser. Y todavía más allá, a la unidad de la materia y la información como muestro en uno de mis artículos.
Esta unidad empecé a concebirla, en la década de mis años veinte. Tardé, no obstante, unos cinco lustros en tener la experiencia que me hizo escribir el artículo presente. Sobre el tema de esta experiencia y sus consecuencias para el conocimiento hablaré en más adelante.
Ahora me voy a limitar a poco más que reproducir el artículo sobre la unidad del pensar y el sentir que escribí en aquella ocasión. Este texto está publicado en gestaltnet.net. Aquí lo reproduzco casi sin tocarlo. Sólo lo he adaptado al estilo de Tendencias21 y hecho algunas correcciones, enlaces y añadidos menores.
Tengo, no obstante, que decir, antes de empezar, que la unidad de los opuestos no es un asunto puramente conceptual; en él interviene todo el ser a través de la unidad cuerpo-mente, sentimiento-pensamiento. Es, por lo tanto, una experiencia mental-emocional, una experiencia total. Sólo así se puede entender plenamente la extensión que alcanza la unidad de los opuestos.
Subjetividad para completar el conocimiento
A diferencia de las disciplinas de otras ciencias o estudios sobre la realidad, la psicología implica, para tener pleno acceso a la capacitación teórica que nos proporciona, un proceso de conocimiento personal del propio ser y estar en el mundo.
Un proceso, al cabo, de desarrollo de la conciencia. Sin él no se puede verdaderamente entrar con profundidad en el conocimiento de la materia que se estudia. El que este conocimiento sea, denostado por muchos, como subjetivo, sólo nos indica, paradójicamente, su pertinencia para completar el conocimiento que sobre la realidad tenemos.
Como psicólogo tengo que hablarles de la unidad del sentir-pensar, cuerpo-mente o lo que, según los neurólogos, la unidad de respuesta conjunta del hemisferio izquierdo y derecho del cerebro o de las vías inferior y superior. Desde la perspectiva de la psicología, estas cuestiones, aunque importantes para una visión global del ser, son secundarias para entender esa unidad desde la propia conciencia.
Así pues, más allá de la demostrada unidad cerebro-mente de la que habla el neurólogo Francisco Rubia, estaría la unidad de respuesta conjunta sentimiento-pensamiento (o cuerpo-mente) del ser humano total, seamos o no conscientes de ella. Es decir, podemos creer que nuestra mente y nuestro cuerpo actúan por separado (como nos dicta la cultura en la que estamos inmersos), pero eso sólo es una falsa imagen-percepción de lo que somos como unidad.
Antonio Damasio (2003) tiene mucho que decirnos sobre “...los sentimientos en tanto que acontecimientos mentales en la mente consciente” (pág. 171). No obstante creo que aquí planteo otra mirada a la cuestión. Más parecida, quizá, a lo que dice Zubiri, según Pedro Rubal: “Inteligimos sentientemente o, si se prefiere, sentimos intelectivamente, en una radical unidad con el sentimiento y la volición”.
La unidad de la dualidad es algo ya estudiado y expresado por muchos autores de distinto proceder. Desde la afirmación de Francisco Rubia de que el cerebro no funciona dualmente hasta las filosofías orientales de la no-dualidad. Desde la teoría UDO de Manuel Medina; la afirmación de Fox Keller (1985) de que hay otra forma de hacer ciencia que implica la unidad del sujeto-objeto; y hasta la de Kuhn (1962, 1972, 1982), que describe la subjetividad del científico en su, supuesta, actividad objetiva. La unidad sujeto-objeto es, por otra parte, tema fundamental en los tres sistemas espirituales orientales más influyentes: budismo, vedānta y taoísmo, según ha explicado David Loy, (1988).
Una tarea en gran medida vana
Tal como lo percibí en su momento, intentar describir racionalmente un ‘lugar’ que es a la vez sentimiento y pensamiento es una tarea en gran medida vana. En aquella ocasión, me limité a describir las cosas que podían ser entendidas racionalmente. No obstante la materia de la que se habla, la unidad del sentir-pensar, no es nada fácil de entender-experimentar si en su comprensión no hacemos partícipe de ella al cuerpo-sentimiento-sujeto.
Pero también los poetas intentan describir-provocar un sentimiento con las palabras, por lo que quizá no sea del todo imposible evocar ese ‘lugar’ mediante la propia lengua. Incluso sabiendo que la lengua delimita nuestras percepciones, que sólo vemos (sentimos, oímos...) lo que pensamos que podemos ver. Este ‘lugar-estado’ al que me refiero en la unidad del sentir-pensar es eterno e inmutable, sin ‘movimiento’. No es la ‘totalidad’ en el sentido de que la totalidad incluye también el movimiento, el cambio; pero los detalles de esta cuestión los dejaré para otro momento.
Sé que es algo difícil de experimentar y comprender en un mundo dedicado a la investigación y el saber puramente mental. Pero las investigaciones de la física cuántica apuntan a la necesidad de tomarse esta situación en serio. ¿Y qué más serio que explorar la cuestión desde el otro lado y no seguir empeñados en comprenderla solo desde la visión racionalista?
Puede que este empeño sea vano. Pero como decía Castilla del Pino (1971) en su día a los que denostaban el psicoanálisis, no se puede criticar una disciplina o un conocimiento desde fuera, sólo sumergiéndonos en él podremos conocerlo y sólo si lo conocemos-experimentamos verdaderamente podremos criticarlo. Afirmación que se puede encontrar también en la psicoterapia gestalt y en muchos textos espirituales de Oriente.
Así pues explicar –racionalmente–, como hago a continuación, la unidad pensar-sentir, es para muchos intentar lo imposible. Pero es una de esas cosas que sólo puede entenderse si añadimos a la consideración objetiva la experimentación subjetiva del sujeto. No obstante Jung (1933) nos habla de la naturaleza racional del sentimiento. Nos lo confirma asimismo Damasio (2003). Y podemos añadir, siguiendo a Francisco Rubia más allá de lo obvio y lo objetivo, que, a niveles profundos, la división entre pensamiento y sentimiento no existe en el cerebro.
Es difícil comprender esto sólo desde el lado izquierdo del cerebro. Pero siempre ha sido mi empeño llegar lo más cerca posible de una explicación plausible que abra la puerta a una experimentación plena de lo que afirmo en mis explicaciones. Es lo que se trabaja básicamente en la terapia gestalt: la experiencia fenomenológica de ‘lo que hay’. Sin argumentos que la empañen. En este sentido se parece extraordinariamente a muchas sentencias de la espiritualidad oriental.
La paradoja existencial
Es necesario volver a conectar la mente con el cuerpo y con el sentimiento, tan infravalorados y desconocidos en nuestra cultura. Y tan integrantes, inconscientemente, de nuestro pensamiento. El sentimiento nos hace decir muchas veces cosas que no querríamos decir. Haríamos bien, pues, en conocerlo mejor. En conocernos mejor.
No existe lo que llamamos un pensamiento objetivo (reductoramente objetivo). Por muy sutil que sea la interferencia del sentimiento siempre está ahí. Comprender profundamente esto no implica quitarle a la objetividad su papel constructor de la realidad. Al contrario supone, paradójicamente, ampliarlo. Lo objetivo es más objetivo si también es subjetivo, si incluimos al observador en la observación, como hace la mecánica cuántica.
Sólo si comprendemos la naturaleza de esta paradoja podremos contemplar una realidad más total y por lo tanto más objetiva; es decir, más real. Porque objetividad y subjetividad son, como toda polaridad, dos extremos de una dualidad cuya acción es sinérgica si se completa la unidad de su actuar.
La paradoja de esta situación nos lleva un poco más allá de la paradoja racional. Nos lleva a una paradoja existencial que involucra no sólo al pensamiento sino también al sentimiento y al cuerpo. Es decir, a la totalidad del ser.
A través de la experiencia de la unidad pensar-sentir se puede entender mejor la unidad materia-mente, pues la materia es, en este caso, el propio cuerpo, sus emociones y sus sensaciones.
Pensar y sentir
Como ya dijo Jung (1974), pensamiento y sentimiento son dos funciones psíquicas opuestas que pueden ser integradas. Lo que voy a afirmar en este artículo es que se forma, a ciertos niveles profundos, un solo (en términos de Bohm, 1987) flujo de conciencia en el que ya no se distingue el pensamiento del sentimiento porque en ese nivel uno se percata que son una y la misma cosa. De otra manera: es la experiencia que se produce cuando se integran en la conciencia las percepciones del hemisferio cerebral derecho con el izquierdo (o bien las vías inferior y superior).
Desde una perspectiva más cotidiana: nuestros sentimientos acompañan siempre (in¬cluso en las exposiciones más científicas, objetivas y pretendidamente asépticas, y pese a lo que digan los racionalistas) a nuestros pensamientos. Cuando tenemos pensamientos negativos nuestros sentimientos son negativos y viceversa, lo mismo ocurre con los pensamientos-sentimientos positivos.
En el influjo mutuo entre pensamiento y sentimiento se basan las terapias del pensamiento positivo. Estas terapias se asientan en el hecho probado de que con el pensamiento se influye en el sentimiento y en el estado de ánimo. De la misma manera se afirma (y es una experiencia cotidiana para todos nosotros) que cuando uno tiene sentimientos negativos piensa negativamente y por lo tanto es susceptible de dejarse llevar hacia situaciones negativas e, incluso, peligrosas (desde la depresión al suicidio pasando por todo tipo de accidentes más o menos graves).
El supuesto filosófico que acompaña a la mayor parte del discurso de este tipo de planteamientos es que el pensamiento y el sentimiento son cosas distintas, aunque se dé por evidente su interdependencia, relación y mutua influencia.
Sin embargo aquí partimos de la idea unitaria (admitiendo, al mismo tiempo, la visión dual que distingue entre pensamiento y sentimiento) de que existe en la conciencia-experiencia un lugar profundo en el que pensamiento y el sentimiento son una unidad todavía indiferenciada. Es decir, podemos observar-experimentar su unidad y su diferencia en dos niveles diferentes de conciencia que se integran mutuamente. Es ese lugar y esa conciencia se describe repetidamente desde diversas fuentes en la espiritualidad oriental (David Loy, 1988)
Objetivo y subjetivo
Otra distinción importante a considerar es entre lo objetivo y lo subjetivo. Tanto el pensamiento como el sentimiento pueden ser ambas cosas; aunque lo habitual es atribuir la objetividad al pensamiento y la subjetividad al sentimiento. Ello es parte del error que se produce cuando separamos y distinguimos como cosas diferentes el pensamiento y el sentimiento; no admitiendo, al mismo tiempo, su unidad intrínseca.
Se puede, y es necesario, separar el pensamiento y el sentimiento para conocer las partes de un todo que es el ser humano; pero ese todo implica la unidad profunda e indistinguible, a ciertos niveles, de sus partes.
Suponer la separación radical entre pensamiento y sentimiento sin posibilidad de concebir su unidad intrínseca implica tener del ser humano una percepción fragmentada, que es destructiva de su unidad. Éste es el mal básico del pensamiento occidental, su percepción fragmentada de la realidad, incluida la del propio ser humano. Desde esta perspectiva fragmentaria no se puede entender la unidad pensamiento-sentimiento.
Desde la perspectiva unitaria la relación entre sentimiento y pensamiento en el análisis de la realidad cotidiana se ve de otra manera. No hay una sola acción humana que no sea al mismo tiempo sentimiento y pensamiento. Incluso el pensamiento científico objetivo, pretendidamente aséptico, está cargado de emociones y adhesiones y por eso es, como denuncia Kuhn (1972, 1982) –al no ser consciente de esta carga y dar por supuesto que no existe–, dogmático.
Para percibir profundamente esta unidad pensamiento-sentimiento se tiene que practicar el tipo de atención que enseñan la psicoterapia gestalt y la meditación vipassana: observar atentamente el estado del ser. Se llega a percibir con claridad cómo el pensamiento y el sentimiento se están generando continuamente el uno al otro y no se podría decir cuál de ellos es ‘antes’, como en el ‘problema’ del huevo y la gallina.
No obstante, y sin perjuicio de llegar a percibir esa unidad última entre el pensamiento y el sentimiento, una observación elemental de nuestras actitudes cotidianas da una clara idea de la relación que existe entre el pensamiento y el sentimiento. Toda situación en la que el individuo se vea absorbido por la actividad que esté realizando (una lectura, un trabajo, una investigación, una exploración, una película, una situación afectiva, una discusión, un baile... y otras mil circunstancias cotidianas) es una muestra de que no hay una actividad humana en la que no estén involucrados, al mismo tiempo, el pensamiento y el sentimiento.
Cuando, por ejemplo, nuestro trabajo nos gusta es obvio que genera en nosotros una actitud afectiva positiva que hace que seamos más fecundos en él. Tenemos un sentimiento de unión hacia nuestro trabajo. Muchas veces soñamos con un trabajo ideal igual que soñamos con una pareja ideal. Aquella situación en la que la unión con la otra parte (pareja, trabajo...) sea fecunda gracias a nuestro “amor” por ella. El tema del amor por la investigación científica como resultado de la unidad sujeto-objeto abunda en el libro de Fox Keller (1985).
Nuestra cultura nos induce a pensar en los elementos exteriores de nuestra vida que nos complementan (pa¬reja, ideas, trabajo...) como algo diferente y externo a nosotros. Pero también podemos pensar en ello como algo que somos nosotros mismos y no solamente de una manera figurada. Es decir, podemos dejar de considerar nuestro yo como algo aislado y ajeno a los otros yoes u objetos de la realidad.
Podemos considerar la realidad como un todo en la cual hay singularidades llamadas yoes y objetos. Como diría Keeney (1983) la realidad es información construida por pautas recursivas, los yoes y los objetos son corporizaciones de la pauta (proceso recursivo de segundo orden).
Unidades orgánicas autoorganizadas
Podemos pensarnos como partes de todos mayores que nos engloban y con los cuales vamos formando unidades cada vez más grandes. Un ser vivo puede ser interpretado –de acuerdo con el positivismo clásico– como nada más que una máquina físico-química (mecanicismo reduccionista) o bien –de acuerdo con el pensamiento organicista– como una unidad orgánica: un conjunto de unidades autoorganizadas para el desarrollo evolutivo.
Como unidad orgánica el ser vivo es interpretado como un todo en el cual existen unidades en niveles de creciente desarrollo. Así la unidad físico-química, la orgánica, la yoica, la social, la ecosistémica, etc., y otras intermedias. En la unidad social y ecosistémica nosotros somos parte de un todo mayor que funciona de manera análoga a como lo hace un organismo vivo.
Cuando enfermamos pensamos (se¬gún la medicina mecanicista) que tenemos enfermo el corazón o el hígado...; pero según la medicina orgánica (naturista, china, homeopática...) está enfermo el organismo entero y se manifiesta en un órgano emergente que expresa el desequilibrio del organismo como un todo.
La misma explicación sirve para el mal psíquico, el individuo “enfermo” es un emergente de un problema de comunicación en el grupo (Laing, 1960, 1969). Asimismo los males sociales y ecológicos son males del conjunto de la sociedad como un todo. El pensamiento mecanicista separa los actos de sus consecuencias y no puede entender la naturaleza reversible de la polución y la explotación. Estos ejemplos nos harán más fácil entender el meollo de la declaración de que el pensamiento y el sentimiento son un todo o forman una unidad.
El planteamiento mecanicista, típico de la cultura científica lo divide todo, ordena y clasifica para comprenderlo racionalmente. El símbolo de la unidad primordial representa un estadio previo, incluso, a cualquier manifestación material, orgánica o mental. Es la unidad primigenia de la cual puede surgir cualquier forma. Todas las formas, incluso las no manifestadas, existen en el significado profundo del símbolo de la unidad primordial (por ejemplo en el bebé existen todos los sonidos antes de desarrollar un habla particular).
Pero no se puede negar el papel de la ciencia en el conocimiento de la realidad. Es necesario separar para conocer las partes y saber cómo funcionan (origen de la tecnología); pero también es necesario no perder de vista la unidad primordial. En el desarrollo evolutivo la separación (de la unidad previa) genera la conciencia individual. Una vez desarrollada ésta, y sin perderla, es necesario volver a concebir y experimentar la unidad primordial.
Conocer es labor del pensamiento y del sentimiento
Conocer (tener conciencia de) la realidad no es únicamente labor del pensamiento. Conocer la realidad es también una labor del sentimiento. Hay una forma de conocer y es acotando la realidad, gracias a ella desarrollamos la individualidad, la diferencia, la autoidentidad... y la tecnología. Otra forma de conocer es viendo y experimentando la realidad como un todo.
Un tipo de pensamiento nos interpreta las partes en que está dividida la realidad, otro tipo de pensamiento nos dice cómo es la totalidad que forman esas partes. Entendiendo el sentimiento como un proceso o mecanismo de conocimiento de la realidad, podemos decir que hay un tipo de sentimiento (genéricamente el “odio”, pero en su significado más ‘civilizado’ de impulso a la separación ) que nos separa de los objetos y de los otros, y nos ayuda a configurar y conocer nuestra identidad e individualidad.
Otro tipo de sentimiento (el “amor”) nos une a las cosas y las personas, y nos ayuda a desarrollar la conciencia de la totalidad indivisible (la conciencia colectiva) y nos provee de la experiencia gratificante (mística en algunos casos) de pertenecer a un todo mayor.
Nuestra cultura ignora estas dos funciones (unitiva y separativa), de lo que llamamos pensamiento y sentimiento, en el sentido de que cree que sólo es posible el conocimiento (el llamado conocimiento objetivo de la ciencia y de la filosofía positivista) a través de la separación, y reduce este conocimiento a la función de las partes.
Esta falta de planteamiento global sobre cómo conocemos y experimentamos la realidad es la última consecuencia de los males que nos aquejan como individuos y como cultura en este periodo evolutivo de la especie humana. En las actividades y relaciones más comunes (trabajo y relación de pareja, por ejemplo) no tenemos claro que hay un momento para la “unión” y otro momento para la “separación”.
Como ya dijo Jung (1974), pensamiento y sentimiento son dos funciones psíquicas opuestas que pueden ser integradas. Lo que voy a afirmar en este artículo es que se forma, a ciertos niveles profundos, un solo (en términos de Bohm, 1987) flujo de conciencia en el que ya no se distingue el pensamiento del sentimiento porque en ese nivel uno se percata que son una y la misma cosa. De otra manera: es la experiencia que se produce cuando se integran en la conciencia las percepciones del hemisferio cerebral derecho con el izquierdo (o bien las vías inferior y superior).
Desde una perspectiva más cotidiana: nuestros sentimientos acompañan siempre (in¬cluso en las exposiciones más científicas, objetivas y pretendidamente asépticas, y pese a lo que digan los racionalistas) a nuestros pensamientos. Cuando tenemos pensamientos negativos nuestros sentimientos son negativos y viceversa, lo mismo ocurre con los pensamientos-sentimientos positivos.
En el influjo mutuo entre pensamiento y sentimiento se basan las terapias del pensamiento positivo. Estas terapias se asientan en el hecho probado de que con el pensamiento se influye en el sentimiento y en el estado de ánimo. De la misma manera se afirma (y es una experiencia cotidiana para todos nosotros) que cuando uno tiene sentimientos negativos piensa negativamente y por lo tanto es susceptible de dejarse llevar hacia situaciones negativas e, incluso, peligrosas (desde la depresión al suicidio pasando por todo tipo de accidentes más o menos graves).
El supuesto filosófico que acompaña a la mayor parte del discurso de este tipo de planteamientos es que el pensamiento y el sentimiento son cosas distintas, aunque se dé por evidente su interdependencia, relación y mutua influencia.
Sin embargo aquí partimos de la idea unitaria (admitiendo, al mismo tiempo, la visión dual que distingue entre pensamiento y sentimiento) de que existe en la conciencia-experiencia un lugar profundo en el que pensamiento y el sentimiento son una unidad todavía indiferenciada. Es decir, podemos observar-experimentar su unidad y su diferencia en dos niveles diferentes de conciencia que se integran mutuamente. Es ese lugar y esa conciencia se describe repetidamente desde diversas fuentes en la espiritualidad oriental (David Loy, 1988)
Objetivo y subjetivo
Otra distinción importante a considerar es entre lo objetivo y lo subjetivo. Tanto el pensamiento como el sentimiento pueden ser ambas cosas; aunque lo habitual es atribuir la objetividad al pensamiento y la subjetividad al sentimiento. Ello es parte del error que se produce cuando separamos y distinguimos como cosas diferentes el pensamiento y el sentimiento; no admitiendo, al mismo tiempo, su unidad intrínseca.
Se puede, y es necesario, separar el pensamiento y el sentimiento para conocer las partes de un todo que es el ser humano; pero ese todo implica la unidad profunda e indistinguible, a ciertos niveles, de sus partes.
Suponer la separación radical entre pensamiento y sentimiento sin posibilidad de concebir su unidad intrínseca implica tener del ser humano una percepción fragmentada, que es destructiva de su unidad. Éste es el mal básico del pensamiento occidental, su percepción fragmentada de la realidad, incluida la del propio ser humano. Desde esta perspectiva fragmentaria no se puede entender la unidad pensamiento-sentimiento.
Desde la perspectiva unitaria la relación entre sentimiento y pensamiento en el análisis de la realidad cotidiana se ve de otra manera. No hay una sola acción humana que no sea al mismo tiempo sentimiento y pensamiento. Incluso el pensamiento científico objetivo, pretendidamente aséptico, está cargado de emociones y adhesiones y por eso es, como denuncia Kuhn (1972, 1982) –al no ser consciente de esta carga y dar por supuesto que no existe–, dogmático.
Para percibir profundamente esta unidad pensamiento-sentimiento se tiene que practicar el tipo de atención que enseñan la psicoterapia gestalt y la meditación vipassana: observar atentamente el estado del ser. Se llega a percibir con claridad cómo el pensamiento y el sentimiento se están generando continuamente el uno al otro y no se podría decir cuál de ellos es ‘antes’, como en el ‘problema’ del huevo y la gallina.
No obstante, y sin perjuicio de llegar a percibir esa unidad última entre el pensamiento y el sentimiento, una observación elemental de nuestras actitudes cotidianas da una clara idea de la relación que existe entre el pensamiento y el sentimiento. Toda situación en la que el individuo se vea absorbido por la actividad que esté realizando (una lectura, un trabajo, una investigación, una exploración, una película, una situación afectiva, una discusión, un baile... y otras mil circunstancias cotidianas) es una muestra de que no hay una actividad humana en la que no estén involucrados, al mismo tiempo, el pensamiento y el sentimiento.
Cuando, por ejemplo, nuestro trabajo nos gusta es obvio que genera en nosotros una actitud afectiva positiva que hace que seamos más fecundos en él. Tenemos un sentimiento de unión hacia nuestro trabajo. Muchas veces soñamos con un trabajo ideal igual que soñamos con una pareja ideal. Aquella situación en la que la unión con la otra parte (pareja, trabajo...) sea fecunda gracias a nuestro “amor” por ella. El tema del amor por la investigación científica como resultado de la unidad sujeto-objeto abunda en el libro de Fox Keller (1985).
Nuestra cultura nos induce a pensar en los elementos exteriores de nuestra vida que nos complementan (pa¬reja, ideas, trabajo...) como algo diferente y externo a nosotros. Pero también podemos pensar en ello como algo que somos nosotros mismos y no solamente de una manera figurada. Es decir, podemos dejar de considerar nuestro yo como algo aislado y ajeno a los otros yoes u objetos de la realidad.
Podemos considerar la realidad como un todo en la cual hay singularidades llamadas yoes y objetos. Como diría Keeney (1983) la realidad es información construida por pautas recursivas, los yoes y los objetos son corporizaciones de la pauta (proceso recursivo de segundo orden).
Unidades orgánicas autoorganizadas
Podemos pensarnos como partes de todos mayores que nos engloban y con los cuales vamos formando unidades cada vez más grandes. Un ser vivo puede ser interpretado –de acuerdo con el positivismo clásico– como nada más que una máquina físico-química (mecanicismo reduccionista) o bien –de acuerdo con el pensamiento organicista– como una unidad orgánica: un conjunto de unidades autoorganizadas para el desarrollo evolutivo.
Como unidad orgánica el ser vivo es interpretado como un todo en el cual existen unidades en niveles de creciente desarrollo. Así la unidad físico-química, la orgánica, la yoica, la social, la ecosistémica, etc., y otras intermedias. En la unidad social y ecosistémica nosotros somos parte de un todo mayor que funciona de manera análoga a como lo hace un organismo vivo.
Cuando enfermamos pensamos (se¬gún la medicina mecanicista) que tenemos enfermo el corazón o el hígado...; pero según la medicina orgánica (naturista, china, homeopática...) está enfermo el organismo entero y se manifiesta en un órgano emergente que expresa el desequilibrio del organismo como un todo.
La misma explicación sirve para el mal psíquico, el individuo “enfermo” es un emergente de un problema de comunicación en el grupo (Laing, 1960, 1969). Asimismo los males sociales y ecológicos son males del conjunto de la sociedad como un todo. El pensamiento mecanicista separa los actos de sus consecuencias y no puede entender la naturaleza reversible de la polución y la explotación. Estos ejemplos nos harán más fácil entender el meollo de la declaración de que el pensamiento y el sentimiento son un todo o forman una unidad.
El planteamiento mecanicista, típico de la cultura científica lo divide todo, ordena y clasifica para comprenderlo racionalmente. El símbolo de la unidad primordial representa un estadio previo, incluso, a cualquier manifestación material, orgánica o mental. Es la unidad primigenia de la cual puede surgir cualquier forma. Todas las formas, incluso las no manifestadas, existen en el significado profundo del símbolo de la unidad primordial (por ejemplo en el bebé existen todos los sonidos antes de desarrollar un habla particular).
Pero no se puede negar el papel de la ciencia en el conocimiento de la realidad. Es necesario separar para conocer las partes y saber cómo funcionan (origen de la tecnología); pero también es necesario no perder de vista la unidad primordial. En el desarrollo evolutivo la separación (de la unidad previa) genera la conciencia individual. Una vez desarrollada ésta, y sin perderla, es necesario volver a concebir y experimentar la unidad primordial.
Conocer es labor del pensamiento y del sentimiento
Conocer (tener conciencia de) la realidad no es únicamente labor del pensamiento. Conocer la realidad es también una labor del sentimiento. Hay una forma de conocer y es acotando la realidad, gracias a ella desarrollamos la individualidad, la diferencia, la autoidentidad... y la tecnología. Otra forma de conocer es viendo y experimentando la realidad como un todo.
Un tipo de pensamiento nos interpreta las partes en que está dividida la realidad, otro tipo de pensamiento nos dice cómo es la totalidad que forman esas partes. Entendiendo el sentimiento como un proceso o mecanismo de conocimiento de la realidad, podemos decir que hay un tipo de sentimiento (genéricamente el “odio”, pero en su significado más ‘civilizado’ de impulso a la separación ) que nos separa de los objetos y de los otros, y nos ayuda a configurar y conocer nuestra identidad e individualidad.
Otro tipo de sentimiento (el “amor”) nos une a las cosas y las personas, y nos ayuda a desarrollar la conciencia de la totalidad indivisible (la conciencia colectiva) y nos provee de la experiencia gratificante (mística en algunos casos) de pertenecer a un todo mayor.
Nuestra cultura ignora estas dos funciones (unitiva y separativa), de lo que llamamos pensamiento y sentimiento, en el sentido de que cree que sólo es posible el conocimiento (el llamado conocimiento objetivo de la ciencia y de la filosofía positivista) a través de la separación, y reduce este conocimiento a la función de las partes.
Esta falta de planteamiento global sobre cómo conocemos y experimentamos la realidad es la última consecuencia de los males que nos aquejan como individuos y como cultura en este periodo evolutivo de la especie humana. En las actividades y relaciones más comunes (trabajo y relación de pareja, por ejemplo) no tenemos claro que hay un momento para la “unión” y otro momento para la “separación”.
Imagen: Dmitry Rukhlenko. Fuente: PhotoXpress.
Unión y separación
La única manera de mantener esa unión de una manera fecunda es incluyendo también la necesidad de separación y del respeto a las diferencias. A través de la proyección (ese mecanismo que describe la psicología) vivimos la tensión entre la unión y la separación en nuestra realidad de pareja o de intereses personales.
Este mecanismo de unión-separación alude a dos tipos de conciencia diferente que están unidas y separadas al mismo tiempo. La figura de Cristo como Hombre y Dios es un símbolo que representa esta idea.
Interpretado psicológicamente, la imagen del Hombre alude a la conciencia separativa, necesaria en la realidad cotidiana y en la que hay que “dar al Cesar lo que es del Cesar”.
La imagen de Dios alude a la conciencia unitiva, necesaria para trascender las limitaciones de la realidad ordinaria y en la que hay que “dar a Dios lo que es de Dios”.
La conciencia humana porta, al mismo tiempo, esas dos imágenes definidas como dos diferentes conciencias en este contexto. Pero es un hecho la unidad del individuo humano como ser completo. Así pues, la conciencia y la unidad global del ser humano incluye ambas conciencias; pero ambas tienden a operar separadamente en la realidad, en distintos niveles de apreciación de la misma. Pero la conciencia global (simboli¬zada por Jesús que las posee ambas) es capaz de operar y armonizar la conciencia separativa y la unitiva. Esta conciencia implica la unidad de los opuestos cualesquiera que sean, la no-dualidad esencial (David Loy, 1988).
Dividir la realidad evita la confusión entre lo propio y lo ajeno
En el nivel cotidiano de aplicación de la conciencia es necesario separar la realidad para no confundir lo ajeno con lo propio y exigirle a la otra persona que nos dé lo que, en definitiva, no es más que nuestro. La otra persona puede hacer y hace una labor de espejo (espejo psíquico) pues hay cosas de nosotros (como nuestro rostro en el plano físico) que no vemos si no las proyectamos en el otro.
Al igual que cuando nos miramos en un espejo no confundimos al espejo con nosotros mismos (aunque también esto es algo que debemos aprender de niños), tampoco debemos persistir en esa confusión cuando ‘nos miramos’ en la otra persona; si bien esto es algo que todavía estamos aprendiendo como especie.
Así pues el que digamos que el pensar-sentir es una unidad no implica que no contemplemos ese estado de conciencia dual en el cual el pensar y el sentir son dos realidades separadas..., necesariamente.
La absorción de la unidad
Cuando nos dejamos absorber por la conciencia unitaria caemos en todo tipo de sectas, dependencias y fanatismos. Desarrollar la separación es, sin duda, más difícil que aceptar la unión, por ello no es de extrañar la resistencia del racionalismo positivista a aceptar la unión intrínseca de todas las cosas.
La unidad ejerce una poderosa fuerza tractora y el papel del héroe mítico en todas las culturas es romper esa unidad para desarrollar la conciencia individual. En este sentido el papel del racionalismo es el del héroe incomprendido en un mundo –humanista, transpersonal...– que aboga cada vez más por la unidad. La ciencia ha sido y es, a pesar de las críticas actuales hacia ella, la heredera del mito del héroe.
No se puede admitir y trabajar la unión sin admitir y trabajar la separación. El mecanismo de proyección tiene dos fases: ver nuestra imagen psíquica proyectada en la otra persona y aprender a distinguir el espejo de la imagen; cosa que no podemos hacer desde nosotros, necesitamos la imprescindible interacción con la otra persona.
Debemos, además, distinguir nuestra imagen de la realidad en la que se proyecta, pues las imágenes del espejo nunca son un calco exacto de la realidad (el espejo físico nos da la vuelta, no nos vemos en él como nos ven los otros). Así pues hay un nivel de unidad del pensar-sentir, previo a la separación de la conciencia individual que, de persistir, no genera mas que confusión y conflicto (aunque siga existiendo el hecho de esa unidad).
La verdadera conciencia del flujo de la unidad del pensar-sentir en niveles profundos implica, por lo tanto, el hecho de la separación previa de ambos aspectos de la realidad humana. De lo contrario nuestra unión es, en palabras de Wilber, (1990) prepersonal; es decir inconsciente o previa al desarrollo del yo y de la individualidad. Esta separación ha de ser cuanto más exhaustiva mejor. Pero ocurre que durante la fase de separaciónolvidamos la unión primigenia y nos alienamos de nosotros mismos y de nuestro medio.
Esta separación, en la que está inmersa nuestra cultura y el pensamiento científico, nos está impidiendo recuperar y vivenciar la armonía implícita en la visión unitaria de la realidad y tiene el efecto colateral egoísta y destructivo que estamos viendo en nuestra civilización.
El progreso del conocimiento
El proceso y progreso del conocimiento no se produce únicamente a través de la vía separativa. No es tampoco labor única de esa parte que hemos desgajado del todo llamándola pensamiento. El conocimiento se adquiere también a través de la vía unitiva (Fox Keller, 1991). De la unión interna entre el pensamiento y el sentimiento, la intuición y la razón, el hemisferio derecho y el izquierdo, las vías inferior y superior... Y también de la unión y compenetración del individuo con el mundo exterior.
A este respecto es notorio señalar la experiencia mística que Mc. Clintok, Premio Nobel de Química por el descubrimiento de la transposición genética, tuvo cuando estudiaba los cromosomas del maíz:
“Me encontré con que cuanto más trabajaba con ellos [los cromosomas] se hacían cada vez más grandes, y que cuando estaba trabajando con ellos realmente, yo no estaba fuera, estaba allí. Era una parte del sistema. Estaba allí, con ellos, y todo se iba haciendo grande. Incluso era capaz de ver las partes interiores de los cromosomas –en realidad todo estaba allí. Me sorprendió porque en realidad me sentía como si yo estuviera con ellos, y fueron mis amigos... Conforme miras esas cosas, se convierten en una parte de ti. Y te olvidas de ti misma.” Fox Keller (1985, pág. 176).
La separación tan radical, y habitual en nuestra cultura, entre pensamiento y sentimiento es una falacia que el análisis más simple tiende a echar por tierra. En el proceso del conocimiento están interactuando (como se dice en términos de conciencia separativa) constantemente el pensamiento y el sentimiento, o ambos forman una unidad y son la misma cosa (como es posible decir en términos de conciencia unitiva o conciencia no-dual). El pensamiento unitivo trasciende las categorías de pensamiento y sentimiento (entre otras) desde una visión del ser como algo que está más allá de definiciones y distinciones. Es, en definitiva, un tipo de pensamiento zen.
Experimentar la unidad pensamiento-sentimiento no es percibir una “sensación de pensamiento y sentimiento juntos”, es... ¡otra cosa! Tan sencillo (según la perspectiva de una homología desde la teoría sistémica) como que el agua no es sólo hidrógeno y oxígeno unidos es, además, ¡otra cosa!: ¡agua! La elaboración de la unidad de los opuestos implica una transformación de algún tipo, química en el caso del agua, de conciencia en el ser humano.
Como la elaboración de la unidad pensar-sentir es personal, compete al sujeto –a su conciencia– y no al objeto, nos cuesta más verlo que en el caso de la química u otro suceso externo a nosotros. La transformación que en este caso se necesita para acceder a la unidad es una transformación de la conciencia, que implica una transformación de la visión que el ser tiene sobre la realidad. Y, como en el Tao, la unidad así formada no se puede definir (no se puede definir desde la habitual visión dualista previa), porque definir es diferenciar, separar. Y separando no se accede a la unidad.
Pensamiento y sentimiento nunca están separados
No hay un sólo instante de nuestra vida en que ambos aspectos de la experiencia humana estén separados. Ignorar esto implica no tomar conciencia de cómo estamos siendo afectados constantemente en nuestras decisiones por motivaciones de las que llamamos inconscientes y emocionales. Y no sólo eso: nuestras ideas están asociadas a una manera de sentir.
No tenemos ideas así sin más, tenemos una estructura ideo-emocional de la realidad a través de la cual la percibimos y la interpretamos. Tener conciencia de que nuestro pensar-sentir es indivisible provee de una atención constante no sólo hacia lo que nos dice nuestro proceso de pensamiento sino también hacia lo que nos está indicando nuestro sentir (y viceversa para las personas en las que predomina la función del sentimiento).
No existe, por lo tanto, una interpretación ‘objetiva’ de la realidad, tal como pretende el racionalismo positivista, en el plano de la conciencia unitaria. Sí existe en el plano de la conciencia separativa; pero es una objetividad parcial, como lo es todo en este plano. Así pues no existe ‘la verdad’ en tanto en cuanto estemos operando en el plano de la conciencia individual y separativa.
Una mayor aproximación a ‘la verdad’ implica trascender la propia categoría ideo-emocional que cada uno de nosotros somos y, por ende, trascender cualquier tipo de pensamiento parcial, ya sea religioso, filosófico, científico o de otro orden. Implica la conciencia de que todos estos pensamientos –con sus diferencias y polaridades– son ‘verdad’, por lo tanto algún lugar habrá para reconocer una verdad que englobe a todas las anteriores. Y tampoco éste es un camino para la filosofía relativista, pues como tal filosofía también es un pensamiento parcial.
Conclusiones
En definitiva el conocimiento de la realidad no es sólo un conocimiento mental, existe un conocimiento no mental, difícilmente traducible en palabras, pero que está constantemente con nosotros. Esta forma unitaria de ver la realidad implica, al mismo tiempo, la conciencia de que una decisión mía no es sólo mía sino del campo total en el que estoy inmerso.
La conciencia de la unidad del pensar-sentir se extiende a la conciencia de la unidad del todo en el que estamos inmersos, en el cual no hay una separación entre lo individual y lo colectivo (lo que no quiere decir que no se pueda hacer esa separación –en otro estadio de conciencia– y analizar las partes que obtenemos así).
La realidad es como un campo y nosotros somos como limaduras inmersas en el orden que especifica ese campo. En tanto que limaduras somos seres individuales y nos apegotonamos en los polos del imán luchando por nuestro espacio. En tanto que campo somos una unidad colectiva y nos situamos en las líneas de fuerza que forma el campo de ese imán compartiendo el espacio.
La única manera de mantener esa unión de una manera fecunda es incluyendo también la necesidad de separación y del respeto a las diferencias. A través de la proyección (ese mecanismo que describe la psicología) vivimos la tensión entre la unión y la separación en nuestra realidad de pareja o de intereses personales.
Este mecanismo de unión-separación alude a dos tipos de conciencia diferente que están unidas y separadas al mismo tiempo. La figura de Cristo como Hombre y Dios es un símbolo que representa esta idea.
Interpretado psicológicamente, la imagen del Hombre alude a la conciencia separativa, necesaria en la realidad cotidiana y en la que hay que “dar al Cesar lo que es del Cesar”.
La imagen de Dios alude a la conciencia unitiva, necesaria para trascender las limitaciones de la realidad ordinaria y en la que hay que “dar a Dios lo que es de Dios”.
La conciencia humana porta, al mismo tiempo, esas dos imágenes definidas como dos diferentes conciencias en este contexto. Pero es un hecho la unidad del individuo humano como ser completo. Así pues, la conciencia y la unidad global del ser humano incluye ambas conciencias; pero ambas tienden a operar separadamente en la realidad, en distintos niveles de apreciación de la misma. Pero la conciencia global (simboli¬zada por Jesús que las posee ambas) es capaz de operar y armonizar la conciencia separativa y la unitiva. Esta conciencia implica la unidad de los opuestos cualesquiera que sean, la no-dualidad esencial (David Loy, 1988).
Dividir la realidad evita la confusión entre lo propio y lo ajeno
En el nivel cotidiano de aplicación de la conciencia es necesario separar la realidad para no confundir lo ajeno con lo propio y exigirle a la otra persona que nos dé lo que, en definitiva, no es más que nuestro. La otra persona puede hacer y hace una labor de espejo (espejo psíquico) pues hay cosas de nosotros (como nuestro rostro en el plano físico) que no vemos si no las proyectamos en el otro.
Al igual que cuando nos miramos en un espejo no confundimos al espejo con nosotros mismos (aunque también esto es algo que debemos aprender de niños), tampoco debemos persistir en esa confusión cuando ‘nos miramos’ en la otra persona; si bien esto es algo que todavía estamos aprendiendo como especie.
Así pues el que digamos que el pensar-sentir es una unidad no implica que no contemplemos ese estado de conciencia dual en el cual el pensar y el sentir son dos realidades separadas..., necesariamente.
La absorción de la unidad
Cuando nos dejamos absorber por la conciencia unitaria caemos en todo tipo de sectas, dependencias y fanatismos. Desarrollar la separación es, sin duda, más difícil que aceptar la unión, por ello no es de extrañar la resistencia del racionalismo positivista a aceptar la unión intrínseca de todas las cosas.
La unidad ejerce una poderosa fuerza tractora y el papel del héroe mítico en todas las culturas es romper esa unidad para desarrollar la conciencia individual. En este sentido el papel del racionalismo es el del héroe incomprendido en un mundo –humanista, transpersonal...– que aboga cada vez más por la unidad. La ciencia ha sido y es, a pesar de las críticas actuales hacia ella, la heredera del mito del héroe.
No se puede admitir y trabajar la unión sin admitir y trabajar la separación. El mecanismo de proyección tiene dos fases: ver nuestra imagen psíquica proyectada en la otra persona y aprender a distinguir el espejo de la imagen; cosa que no podemos hacer desde nosotros, necesitamos la imprescindible interacción con la otra persona.
Debemos, además, distinguir nuestra imagen de la realidad en la que se proyecta, pues las imágenes del espejo nunca son un calco exacto de la realidad (el espejo físico nos da la vuelta, no nos vemos en él como nos ven los otros). Así pues hay un nivel de unidad del pensar-sentir, previo a la separación de la conciencia individual que, de persistir, no genera mas que confusión y conflicto (aunque siga existiendo el hecho de esa unidad).
La verdadera conciencia del flujo de la unidad del pensar-sentir en niveles profundos implica, por lo tanto, el hecho de la separación previa de ambos aspectos de la realidad humana. De lo contrario nuestra unión es, en palabras de Wilber, (1990) prepersonal; es decir inconsciente o previa al desarrollo del yo y de la individualidad. Esta separación ha de ser cuanto más exhaustiva mejor. Pero ocurre que durante la fase de separaciónolvidamos la unión primigenia y nos alienamos de nosotros mismos y de nuestro medio.
Esta separación, en la que está inmersa nuestra cultura y el pensamiento científico, nos está impidiendo recuperar y vivenciar la armonía implícita en la visión unitaria de la realidad y tiene el efecto colateral egoísta y destructivo que estamos viendo en nuestra civilización.
El progreso del conocimiento
El proceso y progreso del conocimiento no se produce únicamente a través de la vía separativa. No es tampoco labor única de esa parte que hemos desgajado del todo llamándola pensamiento. El conocimiento se adquiere también a través de la vía unitiva (Fox Keller, 1991). De la unión interna entre el pensamiento y el sentimiento, la intuición y la razón, el hemisferio derecho y el izquierdo, las vías inferior y superior... Y también de la unión y compenetración del individuo con el mundo exterior.
A este respecto es notorio señalar la experiencia mística que Mc. Clintok, Premio Nobel de Química por el descubrimiento de la transposición genética, tuvo cuando estudiaba los cromosomas del maíz:
“Me encontré con que cuanto más trabajaba con ellos [los cromosomas] se hacían cada vez más grandes, y que cuando estaba trabajando con ellos realmente, yo no estaba fuera, estaba allí. Era una parte del sistema. Estaba allí, con ellos, y todo se iba haciendo grande. Incluso era capaz de ver las partes interiores de los cromosomas –en realidad todo estaba allí. Me sorprendió porque en realidad me sentía como si yo estuviera con ellos, y fueron mis amigos... Conforme miras esas cosas, se convierten en una parte de ti. Y te olvidas de ti misma.” Fox Keller (1985, pág. 176).
La separación tan radical, y habitual en nuestra cultura, entre pensamiento y sentimiento es una falacia que el análisis más simple tiende a echar por tierra. En el proceso del conocimiento están interactuando (como se dice en términos de conciencia separativa) constantemente el pensamiento y el sentimiento, o ambos forman una unidad y son la misma cosa (como es posible decir en términos de conciencia unitiva o conciencia no-dual). El pensamiento unitivo trasciende las categorías de pensamiento y sentimiento (entre otras) desde una visión del ser como algo que está más allá de definiciones y distinciones. Es, en definitiva, un tipo de pensamiento zen.
Experimentar la unidad pensamiento-sentimiento no es percibir una “sensación de pensamiento y sentimiento juntos”, es... ¡otra cosa! Tan sencillo (según la perspectiva de una homología desde la teoría sistémica) como que el agua no es sólo hidrógeno y oxígeno unidos es, además, ¡otra cosa!: ¡agua! La elaboración de la unidad de los opuestos implica una transformación de algún tipo, química en el caso del agua, de conciencia en el ser humano.
Como la elaboración de la unidad pensar-sentir es personal, compete al sujeto –a su conciencia– y no al objeto, nos cuesta más verlo que en el caso de la química u otro suceso externo a nosotros. La transformación que en este caso se necesita para acceder a la unidad es una transformación de la conciencia, que implica una transformación de la visión que el ser tiene sobre la realidad. Y, como en el Tao, la unidad así formada no se puede definir (no se puede definir desde la habitual visión dualista previa), porque definir es diferenciar, separar. Y separando no se accede a la unidad.
Pensamiento y sentimiento nunca están separados
No hay un sólo instante de nuestra vida en que ambos aspectos de la experiencia humana estén separados. Ignorar esto implica no tomar conciencia de cómo estamos siendo afectados constantemente en nuestras decisiones por motivaciones de las que llamamos inconscientes y emocionales. Y no sólo eso: nuestras ideas están asociadas a una manera de sentir.
No tenemos ideas así sin más, tenemos una estructura ideo-emocional de la realidad a través de la cual la percibimos y la interpretamos. Tener conciencia de que nuestro pensar-sentir es indivisible provee de una atención constante no sólo hacia lo que nos dice nuestro proceso de pensamiento sino también hacia lo que nos está indicando nuestro sentir (y viceversa para las personas en las que predomina la función del sentimiento).
No existe, por lo tanto, una interpretación ‘objetiva’ de la realidad, tal como pretende el racionalismo positivista, en el plano de la conciencia unitaria. Sí existe en el plano de la conciencia separativa; pero es una objetividad parcial, como lo es todo en este plano. Así pues no existe ‘la verdad’ en tanto en cuanto estemos operando en el plano de la conciencia individual y separativa.
Una mayor aproximación a ‘la verdad’ implica trascender la propia categoría ideo-emocional que cada uno de nosotros somos y, por ende, trascender cualquier tipo de pensamiento parcial, ya sea religioso, filosófico, científico o de otro orden. Implica la conciencia de que todos estos pensamientos –con sus diferencias y polaridades– son ‘verdad’, por lo tanto algún lugar habrá para reconocer una verdad que englobe a todas las anteriores. Y tampoco éste es un camino para la filosofía relativista, pues como tal filosofía también es un pensamiento parcial.
Conclusiones
En definitiva el conocimiento de la realidad no es sólo un conocimiento mental, existe un conocimiento no mental, difícilmente traducible en palabras, pero que está constantemente con nosotros. Esta forma unitaria de ver la realidad implica, al mismo tiempo, la conciencia de que una decisión mía no es sólo mía sino del campo total en el que estoy inmerso.
La conciencia de la unidad del pensar-sentir se extiende a la conciencia de la unidad del todo en el que estamos inmersos, en el cual no hay una separación entre lo individual y lo colectivo (lo que no quiere decir que no se pueda hacer esa separación –en otro estadio de conciencia– y analizar las partes que obtenemos así).
La realidad es como un campo y nosotros somos como limaduras inmersas en el orden que especifica ese campo. En tanto que limaduras somos seres individuales y nos apegotonamos en los polos del imán luchando por nuestro espacio. En tanto que campo somos una unidad colectiva y nos situamos en las líneas de fuerza que forma el campo de ese imán compartiendo el espacio.
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