de Cristina Peri Rossi
Un hombre ama a una
mujer, porque la
cree superior.
En realidad, el amor de ese hombre se funda en la conciencia de la superioridad de la mujer, ya que no podría amar a un ser inferior, ni a uno igual.
Pero ella también lo ama, y si bien este sentimiento lo satisface y colma algunas de sus aspiraciones, por otro lado le crea una gran incertidumbre.
En efecto: si ella es realmente superior a él, no puede amarlo, porque él es inferior.
Por lo tanto: o miente cuando afirma que lo ama, o bien no es superior a él, por lo cual su propio amor hacia ella no se justifica más que por un error de juicio.
Esta duda lo vuelve suspicaz y lo atormenta.
Desconfía de sus observaciones primeras (acerca de la belleza, la rectitud moral y la inteligencia de la mujer) y a veces acusa a su imaginación de haber inventado a una criatura inexistente.
Sin embargo, no se ha equivocado: es hermosa, sabia y tolerante, superior a él.
No puede, por tanto, amarlo: su amor es una mentira.
Ahora bien, si se trata, en realidad, de una mentirosa, de una fingidora, no puede ser superior a él, hombre sincero por excelencia.
Demostrada, así, su inferioridad, no corresponde que la ame, y sin embargo, está enamorado de ella.
Desolado, el hombre decide separarse de la mujer durante un tiempo indefinido: debe aclarar sus sentimientos.
La mujer acepta con aparente naturalidad su decisión, lo cual vuelve a sumirlo en la duda: o bien se trata de un ser superior que ha comprendido en silencio su incertidumbre, entonces su amor está justificado y debe correr junto a ella y hacerse perdonar, o no lo amaba, por lo cual acepta con indiferencia su separación, y él no debe volver
En el pueblo al que se ha retirado, el hombre pasa las noches jugando al ajedrez consigo mismo, o con la muñeca tamaño natural que se ha comprado.
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